Conocido por todos es que desde 1810 en nuestro país comienzan los incipientes esfuerzos por conseguir primero la autonomía y luego la independencia de la administración monárquica castellana, caída en desgracia por la invasión napoleónica a sus territorios. Ningún terruño de este país estuvo exento de la conmoción que generaron todos los movimientos emancipadores y Petorca, por supuesto no se quedó atrás.
Al poco tiempo de librada la batalla de Chacabuco, por ejemplo, el 3 de marzo de 1817 el Supremo Gobierno emitió una circular al país, por medio de la cual ordenaba dar razón individual de las armas que existieran en los diversos poblados, a lo cual responde el superior de Petorca en aquel tiempo, don Pedro José Marcoleta, casi un mes después el 4 de abril de 1817, que sólo se recolectaron 8 trabucos y 2 espadas viejas, con las que se armó a los jueces de sentencia para que pudieran ejecutar sus resoluciones.
Sin embargo, al poco tiempo de librarse esta Circular para todos los territorios del floreciente país, en otra zona, específicamente en Santa Rosa de Los Andes se generaba una controversia respecto a las lealtades con el nuevo gobierno de parte del cura local, quien se desempeñaba a la vez en Petorca. Son los vecinos de Los Andes, los que elevan una solicitud al Cabildo señalando que se encuentran preocupados, ya que el expulso obispo Rodríguez Zorrilla en 1816, nombró como cura a don José Antonio Espinosa, de 42 años de servicios parroquiales a dicha fecha, en el cargo que por 8 años y 6 meses ocupara el patriota don José Antonio González. El citado cura recién nombrado se desempeñaba hasta ese minuto (el mes de marzo de 1817) como cura del curato de Petorca y había demostrado ser un ferviente defensor de la causa realista, oponiéndose y dando sendos sermones en la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced en contra de los alzamientos de los patriotas que querían la independencia del dominio peninsular.
El cura José Antonio González había llegado a Petorca luego de ser trasladado de Colina en 1807, destacando en sus visitas parroquiales por sus inspectores como un cura “que ha propendido y propende a su mayor culto a su favor” y es por eso que era conocido como uno de los más constantes párrocos del obispado de Santiago.
La noticia obviamente no cayó bien a los vecinos de Los Andes, quienes obtuvieron una decisión favorable a sus intereses, resolviéndose de parte de las autoridades con un “hágase como piden los vecinos acompañando esta petición con su correspondiente oficio”, por lo que en ese mismo mes de marzo se le trasladó como cura interino de la catedral, para luego de 3 años a petición suya, trasladarse a San Felipe. En esta ciudad es donde permaneció hasta su muerte el 19 de febrero de 1835, siendo en algunas ocasiones premiado por el Congreso Nacional por sus 56 años de servicios parroquiales y en otros teniendo serias dificultades con el delegado del Gobierno, don José Santiago Pérez, todo esto durante su estadía en la parroquia de San Felipe El Real.
Ricardo Andrés Loyola
Docente, Facultad de Derecho, Universidad Adolfo Ibáñez